domingo, 25 de septiembre de 2011

El Árbol De La Vida (The Tree of Life; Terence Malick, 2011)



         Este arte se supone que consta de muchos elementos que lo enriquecen conformando un global capaz de alcanzar cuotas de máxima expresión, emoción, belleza y talento. Una película se nutre de un argumento, se apoya en diálogos, se adorna de la fotografía más idónea para transmitir el ambiente deseado, se alimenta de una banda sonora acertada, se organiza utilizando un montaje coherente y se dota de los elementos técnicos necesarios dependiendo del género, de qué queremos contar y cómo pretendemos exponerlo. Todo se muestra gracias a una plantilla interpretativa capaz de endiosar un guión, de oscurecerlo por falta de recursos e hundirlo si la dirección es superficial. La escenografía, vestuarios, ambientación,.. son más detalles para apreciar.
          El árbol de la vida es una cinta muy desigual, desorientada en gran parte del metraje, que se torna insufrible en no pocos momentos, desequilibrada por su excesiva combinación de imágenes, historia y voces en off mezcladas sin demasiado sentido. Pretende cierta complejidad y reflexión que no logra salvo en muy puntuales escenas. Resulta lenta como tónica general, casi siempre sin motivo. Se trata de un reto para el espectador que en la mayor parte de los casos se siente defraudado e incluso estafado. Se pone a prueba su paciencia, pretende que compartamos un cierto delirio por las cadenas de imágenes como si fuera obligado entenderle, apreciarle y valorarlo como exposiciones de talento sublime. En partes se torna a un documento visual de naturaleza, alentado por música grandilocuente (Alexandre Desplat). La parte escénica, donde la historia se expone de forma más ortodoxa resulta algo alentadora, pero no lo suficiente como para compensar esos excesivos 138 minutos. Una fotografía deslumbrante (Emmanuel Lubezki), casi más englobada dentro de una exposición de diafragmas y profundidades de campo que dentro de una obra cinematográfica. Encuadres muy personales, centrados en los gestos, en las miradas y la expresión facial, acercándonos al sentir de cada personaje pero sin demasiado hilo argumental (guión del propio Malick) fuera de los hechos cotidianos de una familia de los 50. Un padre avasallador (Brad Pitt), exigente y severo hasta ejercer el maltrato con la excusa de procurar el endurecimiento de sus descendientes. Un trío de hermanos con las travesuras propias de su día a día, y una madre generosa (Jessica Chastain), entregada y superada por el dominio del “capataz” familiar. El mayor de sus vástagos es representado en la edad adulta por Sean Penn en una especie de viaje de recuerdos expresado una vez más mediante sucesión de voces en off, imágenes de dudosa originalidad y en forma de un flashback muy personal.

          El autor de “La delgada línea roja” busca cierta misticidad que no puede pretenderse con tan sólo la combinación de imágenes y  notas musicales. El recurso visual no basta ni de lejos para dar a entender el origen del universo, resultando casi pretencioso su intento sin duda fallido. Quizás apuntaba a Kubrick pero sin la profundidad de éste. No se trata de falta de entendimiento de su visión, de escasez de sensibilidad para “disfrutar” de su fuente inagotable de secuencias o de incapacidad para descifrar su universo. Pretender mediante esos escasos argumentos crear una obra universal no significa que lo consiga. A pesar de su apariencia sideral, lo que se aprecia es una película de culto, que sobrevivirá gracias a formar parte de ese tipo de obras indescifrables que por ese simple hecho, parecen haberse ganado la excelencia. Resulta muy cómodo justificar ciertas películas, inculpando a los demás por su incapacidad para entender esa obra. La crítica, una vez más previsible con este tipo de cintas, se siente impresionada y deslumbrada por una película que seguramente no visionen en su hogar en menos de un lustro. La imagen, poderosa y vital no es suficiente para crear un espacio deslumbrante.

          Deberíamos ser mucho más exigentes como para que el simple hecho de que una película arriesgada, personal, excéntrica, visionaria,.. nos baste como para encumbrarla. Son necesarios más argumentos como para pensar que realmente se trata de una obra mayor. El hecho de ser “distinta” no sirve de excusa para aceptar como válido un guión irregular y fácil, una insistencia desmedida por el aspecto visual, un metraje innecesario, algunos fragmentos soporíferos desde cualquier punto de vista, un tinte documental que intenta de forma casi ridícula pretender una visión universal, una narración prácticamente nula que facilita cualquier exposición de una historia. Saltos en la historia carentes de lógica alguna, mostrando casi un montaje desorganizado, incompatible con el sentido común y con una idea clara. Parece que es necesario entenderla como una muestra de poesía visual. Sin duda será un título atemporal porque no arriesga para reflejar nada concreto. Tanta ambigüedad, tanta pregunta retórica, tanta visualización medio real, medio surrealista, resultan muy cómodas para no comprometer ningún desenlace, ninguna postura, ninguna narración. A veces, lo difícil es atar cabos, cuadrar historias, hacer lógicas las secuencias y encadenar hechos con maestría. Deslavazar una película no tiene porqué reflejar una maestría en la dirección, si no va acompañada de más elementos. Se insiste en premiar tendencias, más que películas concretas. Se valora más algo arriesgado, innovador, complejo (aunque sea sin sentido), poético y pretencioso, que algo ceñido a un guión bien estructurado, con interpretaciones certeras y con una narración magistral.

          La sensibilidad no siempre se consigue con simples imágenes “manipuladas” mediante música dramática. Los personajes deben reflejar evoluciones, deben transmitir y hacerse entender, a ser posible de forma continua, no con saltos en la historia que no hacen sino perder las sensaciones entre escenas. Hay que conducir al espectador en la historia, orientándole para llevarle al punto que uno desea. Malick sólo transmite ideas ilógicas, sensaciones puntuales, pensamientos abstractos e imágenes que desde su visión cree que transmiten. Una ola a cámara lenta puede ser visceral, compleja y grandiosa si es expuesta en el momento idóneo. Cuando se reflejan una quincena de escenas muy similares, que rompen el ambiente creado por la historia, que resultan repetitivas y que no siempre son acordes a la situación concreta de la película se alcanza una situación que hace despistar, aburrir, e incluso, desquiciar al espectador que pretende ver una película, no un reportaje de National Geographic intercalado. Tener muchas ideas e intentar combinarlas no siempre es exitoso. Si bien Malick acierta en títulos anteriores combinando con más acierto las historias con sus “espacios” poéticos, en este caso sólo muestra desmedida constante que no tenemos porqué aceptar resignados.

          Los minutos dedicados a la familia, con una filmación convincente, personal e intensa, no compensan las excesivas secuencias -aparentemente complejas- que estorban, contaminan y desperdician una película en la que se consigue -en la mayor parte de los casos- que el espectador esté deseando su final.


Tags: Poesía visual, crítica manipulada, sobrevaloración  de la lentitud, Punto medio entre documental y película, tomadura de pelo, esnobismo cinematográfico, National Geographic, acordes dramáticos,..